1- Cuando
te pongas a escribir, nunca pienses "me estoy poniendo a escribir";
hacelo como al pasar, como si le estuvieras escribiendo un mail a un amigo, sin
presionarte ni obligarte a nada.
2- Si
tenés muchas ganas de escribir pero no sabés qué ni cómo, hacé lo siguiente:
preguntate qué cuento o relato que todavía no está compuesto te gustaría leer,
pensá en qué situaciones y personajes debería tener ese texto, imaginalo
durante un rato, y ponete a escribirlo.
3- Aunque
escribas en computadora y no a mano, intentá sentir en la yema de tus dedos la
plasticidad de los grafemas y los signos: cada letra, cada coma, cada palabra,
cada tilde, cada punto y coma, cada
espacio en blanco, no es sólo una herramienta con la que estás “diciendo” algo
o transmitiendo significados; también es un trazo con el que estás pintando o
dibujando sobre el papel o la pantalla.
4- Cuando
estés escribiendo, no te detengas a pensar en tu “estilo” ni en nada parecido.
El estilo no es algo que se pueda premeditar; es, más bien, una derivación del
fluir de tu escritura. Y si reflexionás demasiado sobre ella mientras la
ejercés, la escritura no fluye.
5- Partí
de lo autobiográfico y lo autorreferencial pero no abuses de eso. No todo lo
que te pasa a vos es, por el solo hecho de que te pase a vos, interesante o
digno de contar. Una de las virtudes de la literatura es que te permite ampliar
y expandir los márgenes de la mirada sin otros recursos que el pensamiento y la
imaginación.
6- Más
interesante que describir “cómo” son las cosas, es contar “qué pasa” con esas
cosas o darlas a entender, sin explicitarlas, describiendo cómo impactan en los
personajes o en las situaciones. Por ejemplo: si querés dejar constancia de que
una puerta es muy pesada no digas “la puerta es muy pesada”, contá que alguien
la abrió con mucho esfuerzo; y si querés decir que un personaje está muy triste
no escribas “está muy triste”, describí algún gesto o actitud que dé a entender
esa tristeza.
7-
Olvidate de que estás “haciendo” literatura. Sacale artificialidad a la prosa.
Evitá palabras que suenen demasiado solemnes o ampulosas innecesariamente. Por
más fantástico o inverosímil sea lo que se está contando, tratá de que suene
como si realmente hubiera pasado.
8- Planteate
no sólo quién es o qué tipo de narrador es el de tu relato, sino también a
quién se está dirigiendo ese narrador (puede ser a sí mismo, a un amigo, a un
diario personal, a una persona con la que no tiene confianza, a los potenciales
lectores, a un grupo determinado o indeterminado, a nadie en particular, etc.).
Eso no tiene por qué quedar claro en el texto, pero sí es interesante que lo
tengas claro vos.
9- Nunca
condiciones tu escritura de acuerdo a lo que imaginás que podría llegar a decir
la crítica sobre tu obra. Eso sería como intentar auto-obligarte a soñar
determinadas cosas de acuerdo a las interpretaciones posteriores que imaginás
que podría llegar a hacer tu psicoanalista al respecto.
10- Nunca
narres absolutamente todo lo que sabés que pasa en la historia. No sólo porque
es más interesante sugerir y dejarle espacios vacíos al lector para que él se
involucre y los complete con su propia imaginación; también porque hay que
tener en cuenta que la mayoría de las sensaciones o emociones no pueden ser
representadas fielmente sólo con palabras. El secreto de la literatura es el de
encontrar los intersticios dentro del lenguaje que permitan expresar cosas a
pesar de esas limitaciones. Tu desafío es hacerle frente a ese límite e
intentar transmitir sensaciones que las palabras por sí mismas no pueden
expresar.
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