“Un realismo anómalo”, por
Federico Levín
(Fragmentos de la
presentación de Los puentes magnéticos en el CC Matienzo)
–Hay diferentes tipos de
realismo. Existe el realismo estadístico, que es lo que se llama vulgarmente “realismo”
–que es lo que no hace Molina–, y existe lo que yo llamo realismo anómalo
–que es el que hace Molina–, que
utiliza elementos realistas y una ética de trabajo con el verosímil realista
pero que, dentro de la realidad, elige escribir lo anómalo.
–Cuando leí Los puentes
magnéticos, esta novela de Ignacio Molina, pensé en vincularla con la escritura
de Mario Levrero. A mí me generó eso, porque este realismo de Molina profundiza
tanto en la anomalía de lectura de la realidad de sus personajes que logra,
dentro de un relato estructurado de manera más o menos convencional, hacer
pasar un cuento fantástico por debajo casi sin que se note. Esta novela es el cuento
de un personaje que va armando un relato casi épico de un duelo. Es el trabajo
épico sobre la construcción de un duelo, narrado por Camila, un personaje que
se va moviendo entre un montón de estímulos externos, en parte porque no
encuentra excusa para decir que no a lo que le van proponiendo. Ese es el
formato en que se desencadena la acción en la novela. Hay más o menos siete u
ocho veces, en los momentos decisivos, en que lo que Camila hace lo que hace
porque no encuentra una excusa para rechazar esa invitación. Momentos en que
ella, al mismo tiempo que cuenta lo que hace –que sería lo que hace cualquier
narrador al narrar– aprovecha esta primera persona para contar, en vez de lo
que está haciendo, lo que está dejando de hacer. Y en esa construcción de
mundos posibles que hay tanto en la ciencia ficción como en textos que habremos
escrito nosotros (como cuando escribí Igor y como cuando Romero escribió los
cuentos de Tantas noches como sean necesarias) existe la lectura constante de
lo que está pasando puesta en juego con una lectura paralela de qué habría
pasado si se hubiera tomado otra decisión.
–En Molina hay un formato
permanente de escritura fantástica que se estructura a través de una supuesta
escritura realista que, por profundizar en las anomalías de la psiquis humana
al leer la realidad que lo rodea, termina derivando en un relato que tal vez
contado en tres pasos sería inverosímil. Y esta novela de Molina incorpora un
montón de pequeños relatos con picos de intensidad con hitos narrativos muy
distantes entre sí, muchas historias que tienen vaivenes muy pronunciados. Y en
ese sentido, es un relato muy distinto a los de Los estantes vacíos, su primer
libro de cuentos, donde el casi no vaivén era lo que estructuraba las historias
que él decidía contar.
–Las anomalías de los
personajes de Molina son las anomalías que podemos reconocer todos en nosotros
mismos y a las que no les prestamos atención. Creo que descubrirlas es una de
las experiencias más potentes al leer esta novela. Acá la ruptura de lo
habitual no genera una ruptura con la identificación: uno puede identificarse
con el personaje aun cuando lo que está pasando sea demasiado raro. Y Molina lo
logra. ¿Cómo lo logra?: a través de sus anomalías. Su anomalía, como persona,
como escritor, es una anomalía con el lenguaje que linda con lo sagrado. En sus
formas de tomar ciertas decisiones, Molina es absolutamente intransigente. Al punto
que, si uno lo conoce, puede ir imaginando, al leer su novela, en qué momento
se detuvo y tuvo una discusión interna y se abrieron ciertas posibilidades
narrativas.
–Quiero festejar le
encuentro de Molina con la editorial Entropía. Porque hay un punto en donde
están hechos el uno para el otro; hay una forma de trabajar en las decisiones
del palabra por palabra con un entusiasmo que para otros sería inentendible… La
musicalidad de las narraciones de Molina, que pone comas antes de decir que
hacen algo no tanto por un motivo sino por el otro (uno no sabe por qué los
personajes están imaginando que tienen que hacer esas comparaciones) es
fantástica. Es una forma de escribir pero también es una forma de ver la
realidad. Y al pensar en esas decisiones de cómo y dónde poner las comas, o por
qué poner, por ejemplo, risotto en cursiva o cedé argentinizado, yo puedo
imaginar claramente una madrugada de lluvia, en algún sótano de Colegiales, con
Molina y sus editores reunidos, peleando por comas y por palabras gritando
enfervorizados “¡no, no entendés lo que estoy diciendo, ahí tiene que ir una
coma!”. Las imagino como esas reuniones de superhéroes que se juntan en un
sótano y tienen que tomar decisiones muy importantes para la humanidad. Imagino
la anomalía de nuestro amigo Molina con la anomalía de nuestra querida editorial
Entropía fusionándose ahí, donde esa pequeña decisión de una palabra, sostenida
en el tiempo, genera en la posterior lectura una suerte de hipnosis. Yo no
sabría decir bien hacia qué lado van Molina y Entropía, pero van siempre para
un mismo lado, que es como una especie de sofisticación del lenguaje, como una
exageración. Intentan hacer algo tan sofisticado con el lenguaje, intentan
darle tanta atención a cada punto y a cada palabra, que eso, al texto, lo
vuelve épico.
–Hay una idea instalada en
la literatura que indica que está mal ser un escritor para escritores. Para mí
Molina es un escritor para escritores. Y dado que a cualquier concurso de
novelas llegan al menos dos mil novelas, ser un escritor para escritores es ser
un escritor popular, mucho más que ser un escritor para lectores que no
escriben. En este caso, Molina debe su popularidad, su incipiente popularidad,
a que es un escritor que acepta ser un escritor para escritores y no tiene
ninguna concesión en ese aspecto. No lo camufla por ningún lado, no lo
disimula.
–En Los puentes magnéticos Molina
va decidiendo cada palabra hasta que llega un punto cumbre, que es cuando
Camila se cae de una escalera y se golpea la mano y entonces, como le duele,
tiene que usar el tenedor con la izquierda. Entonces yo pensé en algo que sé
que vamos a discutir en algún sótano de superhéroes. Yo leí que el personaje
tiene que comer usando el tenedor con la mano izquierda y pensé que si bien yo
como con el tenedor en la derecha (porque hago algo raro que es que cuando me
siento a comer en un lugar donde están los cubiertos puestos los invierto, una
anomalía mía que doy por natural porque se convirtió en un tic, en una
configuración de mi sistema nervioso) pero que Molina le deja esa anomalía al
personaje de comer con los cubiertos cambiados, y cuando ella se golpea nombra
como anómalo el hecho de comer con los cubiertos de manera correcta, que es
usar el tenedor con la izquierda, que es como lo usan casi todas las personas,
que usan el cuchillo en la derecha porque consideran que más que de precisión
es un elemento de fuerza, que es el problema que tienen las personas en
occidente que consideran eso cuando en realidad es al revés.
–Dentro de este universo de
anomalías, Molina, al dejar de lado su propio mundo de neurosis obsesiva, elige
escribir desde un personaje que es casi opuesto a él (no voy a decir que
cualquier mujer es opuesta a un hombre, en el sentido de que es lo contario,
pero sí que está en el lado opuesto). Y ella, Camila, se vincula con amantes, con
amantes más jóvenes y más grandes, y con un padre y con un padre posible y con
la falta de un padre y con otros potenciales padres. Y en todo ese recorrido
Molina se pone en el lugar de lo que para este personaje femenino es lo otro. Entonces
ahí sí está haciendo una operación de posición, y al lograr eso, al animarse a
eso (porque yo me preguntaba qué valor tiene en el mundo que un escritor varón
narre desde una mujer, qué le agrega, si los hombres sabemos sólo un cinco por
cuento de lo que le puede pasar a una mujer) le suma el valor de esa apuesta,
la apuesta de alguien que trasciende su neurosis obsesiva como autor inventando
un personaje opuesto a sí. Y ahí, cuando se quiebra esa retención de la propia
anomalía y se da lugar al universo de la anomalía ajena, empieza la aventura.
Porque Los puentes magnéticos es, para mí, una novela de aventuras…
–Los invito a leer Los puentes
magnéticos y también a hacer el siguiente juego: no leer todo el índice con los
títulos de los capítulos, sólo leer los cuatro o cinco primeros y tratar de
entender cuál es el sistema que se usó para elegir los títulos y después jugar
a leerlo a ver si uno adivina cuál es el título, muy particular, que le puso el
autor a cada capítulo... Así que tienen que comprar el libro, leerlo y después
pasar todo el verano jugando a eso con sus amigos.
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